miércoles, 25 de mayo de 2016

UNA SEÑORA LLAMADA ROSARIO





Hoy, 25 de mayo estarías cumpliendo años, Rosario. Me pregunto qué sentirías al  conocer que tu voz sigue siendo la voz de la mujer del nuevo milenio. Por eso, quiero recordar tus palabras que las siento nuestras pues interpretan lo que sentimos pero claro, tú lo dices con una belleza que no todas podemos lograr.

“Al llegar a la casa cogí un lápiz y con mi letra inhábil, tosca, escribí el nombre de Mario en las paredes del corredor. Mario, en los ladrillos del jardín. Mario, en las páginas de mis cuadernos. Para que si Dios venía alguna vez a buscarlo creyera que estaba todavía aquí.” Rosario Castellanos “Primera revelación”

Revelación
Lo supe de repente:
hay otro.
Y desde entonces duermo solo a medias
y ya casi no como.

No es posible vivir
con ese rostro
que es el mío verdadero
y que aún no conozco.
Rosario Castellanos.

Has comprendido todo el sufrimiento, ante la aridez de un matrimonio infeliz…

Elegía
Nunca, como a tu lado, fui de piedra.
Y yo que me soñaba nube, agua,
aire sobre la hoja,
fuego de mil cambiantes llamaradas,
sólo supe yacer,
pesar, que es lo que sabe hacer la piedra
alrededor del cuello del ahogado.

Aún recuerdo caminar por las calles de tu bella Comitán y acercarme a comer dulces al parque, buscando descubrir tu tierra a través de tus palabras.

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras...

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.

Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.

Rosario, tú la fea, triste y sola que escribió estas líneas que no puedo olvidar.


Autorretrato

Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia. 
Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.
Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece.) 

Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.
Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
—aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación, 
que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.
Amigas...hmmm... a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehuyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.
Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.
Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.
Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana público en un periódico.
Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles.
Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estreno teatral ni al cine-club.
Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres. 

Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.
Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.
En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.
Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial.

Has gritado a los cuatro vientos y de manera sincera el sufrimiento escondido detrás del maquillaje de la super- mujer, señora, madre, esposa y profesional.

 “la mujer ha sido más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito” Rosario Castellanos


Desde mi presente te recuerdo y te doy las gracias por haber existido. 



sábado, 14 de mayo de 2016

Del Ratón Pérez y el "Uso de Razón"



Mi nieto mayor y yo tenemos muchas cosas en común, además del gusto por hacer pasteles y galletas, cumplimos en el mismo mes. Por eso el diez de mayo, nos levantamos muy temprano pues debíamos ir a la celebración de su sexta vuelta al sol.

En su colegio nos esperaban los compañeros de curso y la “miss”, en círculo frente a un sol con doce rayos luminosos por cada mes del año y una vela encendida frente al rayo correspondiente a Mayo.

Los papás, el hermano menor y la abuela presenciamos a mi chico gateando, caminando, saltando, corriendo,  alrededor del astro luminoso. Mientras se encendían una a una, las seis llamas de su corta vida recordábamos sus primeras palabras, sus gustos, sus historias pasadas. Una maravillosa forma de entender el paso del tiempo.

Recordaba cómo hace unos días celebramos la caída de su primer diente de leche y la espera de la visita del Ratón Pérez,  la emoción porque esa pequeña figurita quizá podría venir cargada de una enorme caja de “Lego” con el castillo de  los caza-fantasmas. ¿Cómo podría hacerlo sin ser aplastado? Fue la lógica que aplicó para entender que en vez del pesado castillo le dejó unos livianos billetes de color verde que entraron  a engrosar el tesoro de una billetera mezclados con laminitas de Panini y billeticos de jugar monopolio.



Por esos días habíamos estado hablando de  la importancia de cumplir seis años, y no sé si en mi actual “papel” de abuela o recordando mi infancia de niña educada por monjas, le hablé de la edad del “uso de razón”. ´Para él, fue algo tan importante como tener la licencia para conducir o aumentar el tiempo permitido para jugar con la Tablet. _ ¡Mami, recuerda que YA tengo “uso de razón”! Y es que mi hermanito no entiende, papi, no tiene "uso de razón"...
  
Mientras lo veía danzar en círculos celebrando su cumpleaños, pensaba en esta paradoja que cultiva la fantasía pero exige la cordura y la lógica. He dado muchas vueltas al sol. Quizá mientras mi nieto entra a la edad de la razón, yo quiero escaparme de ella ¡Qué locura! 


“Las cosas más bellas las inspira la locura y las ejecuta la razón” André Gide.