domingo, 27 de marzo de 2016

La Gran Comilona

fotografía de Germán Nieto
 Desde siempre he recordado la  Semana Santa como la de las comilonas y las lecturas. Todo se debe a que debido al fervor religioso la gente suspendía  sus labores “mundanas” y se dedicaba a rezar y visitar “monumentos” como se les llamaba a los altares de las iglesias que se arreglaban con mucha pompa.

En este país de reinados y tinglados,  cada iglesita decoraba su escenario y esperaba a los visitantes en medio del olor a incienso y cirio encendido. A los niños nos vestían con ropas especiales de “medio-luto” y nos llevaban en romería. Para mí no había algo más “jarto”. Lo único divertido en medio de las visitas a los “mundanos monumentos” era  hacer figuritas con la parafina derretida que recogíamos de las velas.

En las casas no se encendía el fuego de la cocina desde el jueves y ante el “horror” del hambre, se preparaban muchos y muy variados platos que hicieran más “soportable la guerra a la carne” . Lo que me fascinaba eran los dulces. Coco en todas sus formas y combinaciones, dulce de leche, de papaya, de mongo-mongo, de ciruela… En esos días no se prendía el horno; pero la puerta de la nevera, como alarma, delataba al que armado de una cucharita le daba de baja a alguna deliciosa fuente. Generalmente se escuchaba la voz de mamá gritando mi nombre desde su cuarto… ¡Como si yo fuese la única que lo hacía!
Entonces, corría a mi cuarto, clavaba la cabeza detrás de un libro y ponía cara de santidad con aureola y todo.

 Sin embargo, una vez sí que no pude mantener la farsa. Nos sentamos a la mesa. Al ver que rechazaba el postre,  mis hermanos me lanzaban dardos irónicos y mis papás me miraban extrañados. Yo no aguantaba el olor de la comida y en mi estómago  había un combate entre dos ejércitos a caballo, que querían catapultar una torre… Entonces, en un acto de defensa extrema, corrí estrepitosamente la silla y traté de llegar al refugio… pero  mis cinco hermanos cabalgaron tras de mí y ni las trompetas amenazadoras que hacía sonar los atemorizaban. ¡El recorrido estuvo marcado por las manchas humillantes de mi derrota y mi pecado!

¡Acúsome, acúsome, acúsome, padre! ¡Me hizo daño el flan de piña! En el  confesionario- ducha, corría el agua que me purificaba; mientras escuchaba sus  burlas y hasta el perro tuvo algo que decir, pero yo planeaba mi revancha.

Hasta allí llegó el almuerzo. Sobra decir que tardé muchos años en volver a probar flan de piña, a pesar de que a mamá le quedaba delicioso. Ese año, la gran comilona de la semana santa fue inolvidable por ese detalle y porque debido a la ruptura de relaciones con mis hermanos  a causa del ataque a mi dignidad, me encerré a leer y rompí mi record, leí todas las novelitas de Corín Tellado de las revistas de “Vanidades” de mamá; y me dejé envolver por “la mirada de los ojos acerados” de alguno de sus personajes o  “un tipo estupendo, bien parecido. Los ojos verdosos, el cabello de un castaño subido. Muy elegante, muy varonil, pero...”. 

Creo que así empezaron  mis acercamientos  a la literatura y al romanticismo y mi idea sempiterna de probar una maravillosa dieta.


¡Felices Pascuas,  provechosas lecturas y con los dulces… A la carga!

Germán Nieto

16 comentarios:

  1. jeje..me guardo esa imagen.
    Las viandas de semana santa alimentaban el cuerpo pero no el espíritu, que manera tan distorsionada de hacer penitencia.
    Al perro le toco algo?

    Felices Pascuas

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    1. El perro, fiel compañero de penitencias y premios se quedó con la mayoría. Felices Pascuas

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  2. Compruebo que tus Semanas Santas de la infancia te han dejado huella al igual que a mí.
    Fabuloso relato, me ha gustado mucho.
    Vendré a visitarte a menudo.
    Un abrazo.
    Feliz lunes de Pascua.

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  3. Bienvenida, Kirke es muy grato saber que te han gustado estas ocurrencias. Gracias por tus palabras, cariños

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    1. Es curioso pero yo también hice el domingo una entrada recordando "aquellas" Semanas Santas tan distintas de las de ahora. Aquí te pongo el enlace por si tienes curiosidad.
      http://buscapina7.blogspot.com.es/2016/03/la-semana-santa-y-la-pasion.html
      Un besote

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    2. Por supuesto, pasaré por tu blog, gracias por tu comentario. Cariños.

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  4. JAJAJAJA ME HE DIVERTIDO CON TÚ ESCRITO, ESTE ES EL GENERO QUE ME ENCANTA, GRACIAS POR ESO

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  5. Bienvenida! Gracias por tus palabras, es agradable conocer el efecto de mis textos. Saludos

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  6. Divertido y elocuente relato, María Eugenia, que nos compartes y que desde luego te comprendo perfectamente respecto a esos excesivos comportamientos de adolescencia y juventud en medio de estos grises días semana santeros, que tantas prohibiciones y hambre despertaban... je,je,je,je

    Besos

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  7. Divertido y elocuente relato, María Eugenia, que nos compartes y que desde luego te comprendo perfectamente respecto a esos excesivos comportamientos de adolescencia y juventud en medio de estos grises días semana santeros, que tantas prohibiciones y hambre despertaban... je,je,je,je

    Besos

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  8. Me ha gustado mucho la entrada. Realmente yo no llegué a vivir de lleno aquella Semana Santa en la que se cerraban los cines y la televisión sólo emitía Los Diez Mandamientos, en la que las señoras vestían de negro y se compraban las bulas, pero mi madre y mis abuelos se encargaron de relatármelo todo al pie de la letra, tal y como tú los has hecho... sin flan de piña, claro está.
    Un beso

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    1. Hola, Macarena, tienes razón, eran otros tiempos. Ahora lo que se sigue conservando es el "festín gastronómico" Besos y gracias por tus comentarios.

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  9. Precioso relato, María (como yo te llamo). Divertida anécdota familiar y genial lo de poner "cara de santidad con aureola y todo".
    Hay que ver lo que da de sí la llamada Semana Santa, con tanto oficio religioso, ¡y gastronómico! porque vale, 'guerra a la carne', como dices, pero menudos banquetazos de marisco se dan algunos y los postres no creo que sean mucha 'penitencia'.
    Besos
    PD: He tardado en volver porque no me llegan tus entradas. Te he buscado en Google+ para poderte escribir ;-)

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    1. Hola,Chelo, que bueno verte por aquí. Me agrada saber que contribuí a sacarte una sonrisa en estos días de penitencia y ayuno. Sobre la llegada de mis entradas, no sé que ha pasado, espero que se reanude nuestra comunicación. Besos y buen jueves

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  10. Qué graciosa la narrativa de una mujer que me consta gusta de la comida sibarita. Genial, ese es el estilo literario que le queda. Felicidades Mau

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